Publicado el 28 de Julio de 2016
Los espumosos blancos de añada suelen tener un color pálido de paja y oscurecen al envejecer en botella en cambio los blancos sin añada tienden a un color más pálido sin importar tanto de donde procedan. Los blancos espumosos pueden variar de color considerablemente dependiendo de la mezcla y la procedencia de las uvas.
Así mismo sucede en los Blanc de noirs donde la variedad de color es aun mayor dependiendo de la cepa. Un espumoso rosado cubre una amplia gama de colores desde el rosáceo más pálido al rosa del salmón ahumado. Finalmente el color de un tinto espumoso es inconfundible, con tonos similares al de los vinos tintos.
Para valorar el color es necesario tomar en consideración los siguientes aspectos: intensidad y brillantez (también referida como vivacidad o luminosidad).
Intensidad del color: Esa fuerza con que se transmite la luz. Está vinculada a diversos factores: la cepa, la naturaleza del terreno, el grado de maduración de la uva y el sistema de vinificación. Los términos que se aplican son: pálido, débil, intenso, oscuro y denso. Los vinos “débiles” suelen tener aromas tenues, a menudo florales y frutales y un cuerpo sutil; los vinos oscuros tienen un aroma más marcado y en general una estructura más rica.
Brillantez, vivacidad o luminosidad: Se define como la capacidad de difundir, recibir e irradiar la luz. Está vinculada al grado de acidez del vino, cuanto más rico en ácidos estables sea el vino, más vivo será su color y por tanto más joven. La evaluaremos desde sin brillo pasando por poco brillante, hasta luminoso.
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