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D.O. Montsant se constituyó oficialmente a finales de 2001; es, por tanto, una denominación de origen joven. Sin embargo, la tradición vinícola de la región en que se encuentra se remonta 2.000 años hacia atrás.

Los primeros datos arqueológicos datan de la época del Imperio Romano, y desde entonces, con momentos de crisis y otros de esplendor, la elaboración de vinos ha sido una constante en los pueblos de la D.O. Montsant.

Una de las claves de esta zona es su orografía, un rasgo que el Consejo Regulador entiende como un elemento esencial de su identidad vinícola. El paisaje, diverso, accidentado y abrupto en gran medida, también es suave y amable en algunas zonas, especialmente en el sur de la D.O.. Igualmente, los suelos tienen muy variados orígenes y composición, alternándose y sucediéndose como un mosaico. Este perfil accidentado tiene un gran peso en la climatología, junto las influencias del cercano río Ebro (frontera meridional de la denominación de origen) y los vientos que llegan desde el mar.

El resultado es un clima mediterráneo, matizado con un cierto carácter continental: las montañas atenúan el efecto de tampón térmico de la influencia marina, por lo que el contraste entre las temperaturas diurnas y nocturnas se acentúa, especialmente en el periodo de maduración de la uva. Esta amplia variación cíclica del nivel térmico favorece la formación de azúcares durante el día. Mientras que las frescas temperaturas de la noche contribuyen a conservar la acidez, dando lugar a frutos de alta calidad. Además, la compleja orografía de la D.O.Montsant da lugar a infinidad de microclimas que hacen que cada parcela individual de viñedo tenga características únicas.

Como consecuencia de esta diversidad ambiental, la D.O.Montsant impulsa, junto a otras instituciones, una carta del paisaje para la comarca, en la que se considera el paisaje como un valor cultural, integrado en la riqueza patrimonial de una comunidad eminentemente agrícola que ha sabido compatibilizar su actuación en el entorno con la preservación de los valores que lo caracterizan. Todo ello sin olvidar que el paisaje también es un recurso económico que puede y debe ser un valor añadido, y una muestra de trabajo bien hecho, respeto y sostenibilidad.

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