Publicado el 10 de Enero de 2017
Cuando tomamos el vino, lo saboreamos y a la vez lo respiramos, un trago de vino despierta el sentido del gusto, y el olfato. La pituitaria está comunicada con la boca, es por ello que percibimos los aromas mientras degustamos. Para que esto nos parezca más clarificante, se puede tener en cuenta el siguiente efecto: seguro que todos hemos pasado alguna vez por el caso de estar congestionados y no percibir bien el sabor de los alimentos, ya que la congestión rompe en parte esta conexión.
Bien, en el vino, esta unión de boca con el olfato se llama retronasal y los catadores la utilizan para captar más aromas en el vino. También es la causante de que el sabor tenga mucha influencia en los aromas que percibimos después de haber tomado el vino y se distingan de los que captamos antes de tomarlo. Por ello es importante la armonía. El olor realza el sabor y el sabor realza el olor.
Algunos ejemplos:
Un vino blanco con acidez baja puede apagar el frescor del aroma.
Puede pasar que el aroma afrutado se vea apagado si el vino es demasiado dulce al gusto o tiene una alta tanicidad, esto último sobre todo puede ocurrir en el vino tinto.
También puede pasar que haya vinos con mucho cuerpo, quizás por el sometimiento a climas más cálidos en la viña, pero que la intensidad de los aromas se vea apagada por un alto rendimiento en la viña por ejemplo.
Desde luego lo claro es que los aromas se deben mucho a la uva y el cuidado con el que se elabora un vino, el arte de la vinificación, la crianza y la guarda.
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